A veces pareciera como si mi hija fuera un nervio expuesto, un cable de luz haciendo falso contacto, como un pez recién pescado.
Siento como que ahora que se acerca su cumpleaños número doce algo cambió. No se si son las hormonas, no se si esta enojada, no se si solo quiere hacerme enojar, a mi o a quien se le ponga enfrente.
Por muchos años pude contener sus explosiones, recordarle que está exagerando en su manera de reaccionar, podía decirle que respirara profundamente. Por muchos años pude “meter a mi hija en una burbuja”, sobreprotegerla dirigiendo sus actividades (la ponía a pintar, a jugar al salón de belleza, leíamos un libro, jugábamos Mario en el Wii).
Ahora mi hija está cerca de la pubertad y ya no quiere pintar ni jugar Wii conmigo. Sus explosiones son cada vez más intensas y no se como contenerla, pareciera como si todos los días discutieramos. Ya no tengo cartas debajo de la manga, ya aplique todas las teorías, libros, ya intente meditar.
Por momentos siento como que estoy volviendo a empezar, como cuando hace cuatro años la diagnosticaron por primera vez, como cuando entre a la oficina del neurólogo y en su escritorio me puse a llorar de frustración y miedo. Siento como que se mucho del tema pero al mismo tiempo no se nada.
La enorme diferencia es que esta vez se a quien acudir, se que libros tengo que volver a leer. Sobretodo se que no es su culpa, ni tampoco mía y que no somos contrincantes si no un equipo. Cuatro años de que la diagnosticaron y muchas terapias me han preparado para sentirme bien aun cuando no se que hacer.
Se que aquí comienza un nuevo ciclo, una nueva relación entre ella y yo.
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