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  • Foto del escritorEspecial Mente mama

El regalo de un día ordinario

Hay un video en Youtube que les recomiendo muchísimo, sobretodo a las mamás de adolescentes, Se llama The Gift of an Ordinary Day o El regalo de un día ordinario. Hoy que vi este video por quinta vez me conmovió muchísimo. No se si es por que mi hijo mayor está estudiando fuera, porque está más alto que yo, por que dejo de ser un güerito gordito y se convirtió en un joven guapo o si es por que su estancia estos días que vino de vacaciones volaron y en unos pocos días se va… El video es de una madre hablando de cómo pensamos que la vida que conocemos hoy en día es la vida que vamos a vivir siempre y vamos por la vida sin agradecer los pequeños momentos. Despertar con hotcakes, terminar con un cuento en la cama y de vez en cuando un paseo entre semana por un helado. Gusanos juntados en el jardín, sandwiches y sandwiches de crema de cacahuate con mermelada (en mi caso serian mil Huevos Kinder Sorpresa). Canciones interminables, inviernos con muñecos de nieve chuecos, cereales, uñas que se deben cortar, besos de mariposa. Todas nos preocupamos, pensábamos que si no regresábamos a nuestro hijo de 4 años de regreso a su cama después de una pesadilla dormirá con nosotros por siempre. Pensamos que cuando tu hijo no quería prestar su juguete nunca iba a poder tener amigos. Cuando tu hijo mayor lloró el día que lo dejaste por primera vez en el kínder piensas que siempre tendría problemas de separación. Muchas veces en el estacionamiento yo también lloré y me preguntaba por qué el adiós era tan difícil, y si tal vez yo era la del problema. Hubieron decepciones, equipos a los que no lograron entrar, amigos que se volvieron enemigos sin razón, dolores de odio, dolor de garganta, varicela. Un gato o perro que murió antes de tiempo, pez tras pez boca arriba en la pecera. La vida y la familia que habíamos formado se sentía estable y duradera. Amaba tener un bebé en mis piernas, su pelo con olor a Johnson Menen sus cachetes hermosos que bese todos los días. Su inocencia, su amor por Santa Claus, sus deseos de cumpleaños y la idea de que el cielo es un lugar real. Amaba sus carcajadas, su aliento en las mañanas cuando llegaban a mi cama de un brinco. Para la mayoría de nosotras el final llega en diferentes etapas, las pelotas de béisbol dejan de volar en el jardín (en mi caso los balones de fútbol), juegos de mesa empolvados, baños de tina intercambiados por regaderas, baños largos en las horas más extrañas del día… La puerta de su recamara que siempre estaba abierta, ahora se cierra y después un día al cruzar la calle intentas agarrar la mano de tu hijo, la manita que siempre a estado ahí y te das cuenta que ya no se deja agarrar. En ese momento te das cuenta, acabas de entrar a una nueva dimensión llamada adolescencia. La tierra se te mueve, el chiquito por quien te sacrificaste y a quien cuidaste tantos años se convirtió en alguien más. Noches sin dormir pensando en la discusión que tuviste con tu hijo, pensando cómo hablar con él sin que se moleste y siempre pensando cómo puedo mejorar. Te das cuenta que esa vida a la cual te acostumbraste y sentías que vivirlas por siempre se escapo de tus manos. Llenas el refrigerador, los llevas al centro comercial, los dejas en casa de sus amigos, negocias horarios y el uso del coche. Vuelves a llenar el refrigerador, agendas fiestas de fin de año, viajes con sus amigos, partidos. Ignoras la recámara llena de ropa en el piso, intentas no hacer demasiadas preguntas, cuentas las botellas de cerveza de tu bar. Le regalas a tu hijo tu helado que tanto se le antojo, compras pizzas cuando vienen sus amigos, aprendes a mandar mensajes abreviados, mantienes a el perro callado el sábado en la mañana para que tu hijo pueda descansar. Cambias tus noches de no dormir por llantos a no dormir por nervios, te vuelves una experta en descifrar llamadas de teléfono silenciosas, su mirada cuando entra a tu cuarto, el significado de sus suspiros, los olores de su chamarra. Te acostumbras a saludos nuevos como: “Que onda Ma”, “Que onda” le contestas.

Te das cuenta de que la vida en que los hijos y padres viven en la misma casa se esta acabando, simplemente fue un capítulo en el libro. Es difícil vivir con adolescentes pero es más difícil vivir sin ellos y esos momentos de subte el zipper, ponte un suéter, ponte zapatos y ese papel que te defino por tantos años se está acabando. Te recuerdas que debes aprender al arte de dejar ir practicándolo en el presente, en vez de extrañar lo que fue de tu vida de familia, aprovecha los momentos sencillos como una comida familiar, una película en el sillón, decir buenas noches en persona. Si ser madre nos enseña algo es que no podemos cambiar a nuestros hijos, solamente nos podemos cambiar a nosotras mismas. En cualquier momento vas a estar abrazando a una hija que se convirtió en mujer, a un hijo que te saca dos cabezas y se va a la universidad muy lejos de ti. Se van en un segundo y la casa tiene un silencio extraño, se pudre la leche pues no hay quien se la tome, el último helado ahora te lo puedes comer tu. Las memorias que quisiera vivir nuevamente son recuerdos sencillos de todos los días. El regalo más grande que me dio Dios fue eso, eso regalo de los perfectos días ordinarios.

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